Las leyes del mundo dicen que toda falta, por leve que sea, merece un castigo, así nos hemos convertido en castigadores por excelencia, nada queda impune, hasta la ofensa involuntaria debe ser limpiada con el dolor de quien la infligió.
¿De donde surge esta necesidad compulsiva de castigar a los demás? De la incapacidad de reconocer tu responsabilidad en lo sucedido, ser ofendido no depende del ofensor sino de quien se ofende, solo tú puedes permitir que se te haga daño, percibir de los demás un ataque es una decisión del perceptor, después de aceptar el ataque necesitas tener un culpable para poder castigarte en él.
Nos castigamos mutuamente todo el tiempo, una serie de reacciones generadoras de culpa y remordimiento, hacemos sacrificios por los demás para terminar cobrando por ellos, no damos sin esperar algo a cambio.
Aceptas gustoso el ataque porque te da la excusa perfecta para atacar, generar culpa y tomar un control momentáneo o permanente sobre tu ofensor, el drama forma parte fundamental de este circulo de error, ofensa, culpa y castigo.
Y de este concepto fundamental de convivencia es que surgen todos los males que aquejan a nuestro mundo: la violencia, la guerra, la venganza, el rencor, los círculos viciosos de ofensa – castigo que jamás terminan, porque siempre habrá alguien que se sienta vulnerado por los demás y busque consumar su venganza y castigar al agresor.
¿Puede el dolor del otro aliviar el tuyo? Castigar es herir en defensa propia, causarle dolor a quien consideras culpable por haberte hecho daño, suena absurdo pero cuando ves que el otro sufre por lo que te hizo y se siente culpable, tu dolor se calma, si no lo hace por su propia cuenta te encargas de restregarle tu sufrimiento o buscas la manera de herirlo, activas todo tu armamento, lo acosas, esculcas en sus heridas, lo que sea con tal de que sufra y con ello pague tu dolor.
Si no reaccionas estás aceptando la ofensa, estás vulnerando la imagen de ti mismo ante los demás, ¿cómo no defenderte? ¿Cómo no pelear por tener la razón? ¿Cómo dejar en manos ajenas tu auto concepto? Claudicar, renunciar, ceder, transigir, conciliar, perdonar, ignorar el error; todos estos son términos desconocidos en una sociedad conflictiva.
El fundamento y el fin último de las leyes y la moral es el castigo, tu vida se rige por normas que no surgen de una conciencia de responsabilidad contigo mismo y con los demás, sino de las consecuencias en términos de castigo o recompensa.
Esta mentalidad te mantiene atado de forma permanente a tus errores, hay una parte de tu mente que está convencida de que todo error debe ser castigado y aunque quede oculto en la oscuridad de tu conciencia, te encargas de castigarte por él, la culpa es el resultado de pensar que aún no has recibido tu merecido, que aún tienes una deuda por pagar y que algún día te será cobrada.
Cualquier error cometido saldrá a la luz algún día, en esta vida o después de la muerte, tal es el mecanismo de la culpa, jamás te librarás del castigo que mereces y por eso vas por la vida lleno de temor, haciendo un recuento continuo de tus errores para concluir que todo lo que te pasa es el justo castigo por tus actos.
Esto es lo que hace meritorio el sufrimiento, cuando sufres purgas tus “pecados” y disminuyes el castigo, la culpa menoscaba tu capacidad para aceptar bendiciones, pues no crees merecerlas, fue lo que aprendiste de tus padres, de tus maestros, de tus guías religiosos, de tus parejas y amigos: todo en esta vida se paga y tu vives esperando el momento en el cual se te cobre la deuda.
¿De donde surge esta necesidad compulsiva de castigar a los demás? De la incapacidad de reconocer tu responsabilidad en lo sucedido, ser ofendido no depende del ofensor sino de quien se ofende, solo tú puedes permitir que se te haga daño, percibir de los demás un ataque es una decisión del perceptor, después de aceptar el ataque necesitas tener un culpable para poder castigarte en él.
Nos castigamos mutuamente todo el tiempo, una serie de reacciones generadoras de culpa y remordimiento, hacemos sacrificios por los demás para terminar cobrando por ellos, no damos sin esperar algo a cambio.
Aceptas gustoso el ataque porque te da la excusa perfecta para atacar, generar culpa y tomar un control momentáneo o permanente sobre tu ofensor, el drama forma parte fundamental de este circulo de error, ofensa, culpa y castigo.
Y de este concepto fundamental de convivencia es que surgen todos los males que aquejan a nuestro mundo: la violencia, la guerra, la venganza, el rencor, los círculos viciosos de ofensa – castigo que jamás terminan, porque siempre habrá alguien que se sienta vulnerado por los demás y busque consumar su venganza y castigar al agresor.
¿Puede el dolor del otro aliviar el tuyo? Castigar es herir en defensa propia, causarle dolor a quien consideras culpable por haberte hecho daño, suena absurdo pero cuando ves que el otro sufre por lo que te hizo y se siente culpable, tu dolor se calma, si no lo hace por su propia cuenta te encargas de restregarle tu sufrimiento o buscas la manera de herirlo, activas todo tu armamento, lo acosas, esculcas en sus heridas, lo que sea con tal de que sufra y con ello pague tu dolor.
Si no reaccionas estás aceptando la ofensa, estás vulnerando la imagen de ti mismo ante los demás, ¿cómo no defenderte? ¿Cómo no pelear por tener la razón? ¿Cómo dejar en manos ajenas tu auto concepto? Claudicar, renunciar, ceder, transigir, conciliar, perdonar, ignorar el error; todos estos son términos desconocidos en una sociedad conflictiva.
El fundamento y el fin último de las leyes y la moral es el castigo, tu vida se rige por normas que no surgen de una conciencia de responsabilidad contigo mismo y con los demás, sino de las consecuencias en términos de castigo o recompensa.
Esta mentalidad te mantiene atado de forma permanente a tus errores, hay una parte de tu mente que está convencida de que todo error debe ser castigado y aunque quede oculto en la oscuridad de tu conciencia, te encargas de castigarte por él, la culpa es el resultado de pensar que aún no has recibido tu merecido, que aún tienes una deuda por pagar y que algún día te será cobrada.
Cualquier error cometido saldrá a la luz algún día, en esta vida o después de la muerte, tal es el mecanismo de la culpa, jamás te librarás del castigo que mereces y por eso vas por la vida lleno de temor, haciendo un recuento continuo de tus errores para concluir que todo lo que te pasa es el justo castigo por tus actos.
Esto es lo que hace meritorio el sufrimiento, cuando sufres purgas tus “pecados” y disminuyes el castigo, la culpa menoscaba tu capacidad para aceptar bendiciones, pues no crees merecerlas, fue lo que aprendiste de tus padres, de tus maestros, de tus guías religiosos, de tus parejas y amigos: todo en esta vida se paga y tu vives esperando el momento en el cual se te cobre la deuda.
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